Imagina que estás solo. Sólo en una playa donde el sol empieza a caer sobre el mar y no hay ni una huella en la arena, más que las tuyas. Cierra los ojos y siente como una suave brisa salada te acaricia las mejillas, despistada, juguetona con tus manos y tus pies desnudos.

Desde ese lugar privilegiado donde te has sentado, el mundo se ve de otra manera. Si estiras los brazos, incluso, podrías cogerlo… porque en ese momento, en esa tarde en el que sólo estás tú en esa playa, el mundo es tuyo.

Respira profundo y deja que te entre la vida, a borbotones, a chispazos, a empujones. Recorriéndote cada centímetro de piel, cada rincón, llenándote de una fuerza que no habías sentido nunca. Haciéndote inmenso. Más grande que los grandes momentos de tu propia vida. Inexplicable como un anhelo. Inconfesable como un sueño. Inalcanzable como un deseo. E innegociable como el miedo.

La vida, casi nunca se parece a lo que esperábamos de ella. La mayoría de veces, se convierte en una simple devoradora de tiempo sin escrúpulos y sin pausa. Desde que era una niña, cuando quería detenerla un instante –de esos instantes eternos que nos devuelven la fe en quienes somos- me sentaba frente al mar. Cerraba los ojos y sentía. Sólo sentía. Como si no esperara nada más de mí o de lo que quedara por venir… Como si no me importara nada más en el mundo que sentirme viva.

Te regalo mi secreto para que por un instante eterno, consigas sentirte así. No te levantes de la arena y no abras los ojos.

Con los ojos cerrados, la música te rasga el alma. Ciérralos y escucha… Suena a lo lejos, con la amenaza de colarse en tu cabeza para siempre. Con los primeros acordes palpitándote en la boca. ¿La oyes? Déjate embriagar y que pasen horas sin que seas capaz de acertar cuántas. Vuela. ¡Siente! Báilala, sin moverte ni un ápice. Báilala hasta caer desfallecido, hasta que no te queden fuerzas para imaginar con más ganas como seguirías bailando para el resto de tu vida… con la nariz apoyada en el pelo de alguna compañera de baile con licencia para tocarte el alma, más allá de esa música, de ese silencio -ese y los millones de silencios que vendrán y que se han ido-. Tocarte el alma con una sola palabra. Con dos, con tres, o con ninguna. Báilala con los ojos cerrados, con el alma rota, con lágrimas en la cara, con rabia, con cansancio, con aburrimiento, con locura, con pasión. Báilala sin ritmo o con gracia. Como quieras, pero baila.

Porque cuando acabe la música, nada merecerá tanto la pena como haber vivido.

Siempre sale el sol

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