«Bendito el lugar y el motivo de estar ahí, bendita sea tu presen­cia. Bendita la coincidencia, bendito el reloj que nos puso pun­tual ahí, bendita sea tu presencia… Bendita la luz de tu mirada, bendita la luz de tu mirada… Desde el alma».

Con la piel erizada y el alma conmovida cada vez que mi pe­queña me regala la luz en letra de Maná, la voz transparente y fuerte, enérgica y alegre. Con el ímpetu para ser plenamente feliz del que gana una batalla y con la sensibilidad y dulzura del que no olvida lo importante: los amigos que se fueron y la influencia de incorporar en la infancia y adolescencia, conceptos abstractos, que deberían unirse a nuestra vida de adultos.

Suenan los acordes maravillosos de su guitarra y me siento tan agradecida y privilegiada que llegan sin avisar y siempre a destiempo las lágrimas por abordaje de amor. Alargo mi mano y ella de forma automática me da la suya y me aprieta, y me sonrío porque rememoro nuestras constantes visitas al hospital y su «1, 2, 3… ¡Ya!».

Vuelvo a repetir mentalmente, mientras la miro, mi mantra que forma parte de mí, cada día: «Soy fuerte y valiente, y todo va a ir bien». Precisamente, esa cobardía, el miedo y esa debilidad son los motivos por los que formulé este mantra, para reafirmarme y visualizar lo que de verdad deseo, materializarlo de alguna forma.

Este caos de universo que nos sitúa donde, a conciencia o no, abrimos nuestra vida a diferentes dimensiones, me ha he­cho transformarme como las orugas en mariposas, con el dolor y el miedo que ese proceso implica, vibrante, excitante, aterrador, intenso. Valorar siquiera la posibilidad de poder perder a mi pe­queña no entraba en mis planes. Y se convirtió de golpe en un pensamiento recurrente y obsesivo, con el que mi cerebro no me permitía sin un largo trabajo, virar y reconducir la visión y apla­car cada día un poco ese miedo aterrador.

Aprender creciendo, cambiar trabajando y valorar perdiendo son verbos que no siempre sabemos conjugar bien, pero que se repiten en nuestras vidas.

Esa dimensión a la que me trasladó la vida sin avisar me ha brindado y ofrecido tantas experiencias que realmente he cono­cido otro universo paralelo al mío anterior, una segunda opor­tunidad para agarrar la vida bien fuerte y recordar que soy una privilegiada, para no borrar la sonrisa de mi cara ni un solo día, y si el día ha sido de los días terrenales fuertes, o sea, un puto día en el que la sonrisa sería casi ofensiva, siempre a la hora de des­pedirme de ese día, tengo un agradecimiento y una sonrisa como despedida. «Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no entregarlo» (William Arthur).

Darwin decía que además de que somos auténticos monos —y desde mi punto de vista bastante monos locos—, la finalidad del hombre en la tierra es ser feliz, y como todo en la vida no es gratis, no hay varitas mágicas, el escritor Jim Rohn dijo: «Tu vida no mejora por azar, mejora por cambiar». Pero una vez enten­dido esto de que hay que trabajar, el cambio es brutal, salvaje, emocionante y enriquecedor cada segundo. Es una bendición que se materializa en sonrisas. ¡Hay que ponerse las pilas ya, no hay tiempo que perder!

Dada la latencia y las estadísticas de futuro del cáncer en nues­tra sociedad, es inevitable que pensemos que posiblemente a lo largo de nuestra vida podamos ser «los elegidos», pero no solo del cáncer, sino de cualquier otra adversidad que nos encontremos en el camino. Lo cierto y verdad es que cualquier enfermedad grave trasladada a los niños se multiplica por infinito en injusti­cia, pero, claro, también el concepto de justicia es una invención humana.

Tal vez escribir sea una terapia para prepararme a sufrir cáncer; tal vez lo sea para llevar con alegría la vida y acorralar el miedo; tal vez logre transmitir un poquito de energía y sentimiento op­timista que todos necesitamos como el aire que respiramos, en nuestras efímeras y finitas vidas. Pero lo que sí tengo claro es que necesito contarlo, entregarlo, divertirme y disfrutar de compartir tantos sentimientos tan básicos y comunes que de alguna forma todos estamos destinados a vivir. No soy modelo de nada, sino más bien alguien que ha tenido que experimentar porque así me tocó y me ha hecho crecer personalmente.

Tengo la convicción de que las experiencias compartidas en los libros tienen la capacidad de hacer empatizar de una forma má­gica. Las palabras tienen un sentido tan propio e íntimo cuando se escriben que además de superarnos en tiempo y en sabiduría hasta ser lo que son, quedan impregnadas del estado de ánimo, del sentimiento, de la intención y del alma del escritor, y eso llega al lector apropiado en el momento apropiado.

Yo he tenido la suerte de encontrarme con muchas de esas almas en los libros, y me han dejado un poquito de ellos en mí, y aunque los caracteres impresos parecen hostiles, van creando una musiqui­ta conforme te adentras en ellos que te atrapa y te hace soñar, llorar, reír, meditar, reflexionar, avanzar y, sobre todo, te acompañan.

Quiero contar contigo, quiero que me sigas y sientas a mi compás, como lo hace una buena canción, que parece escrita para ti. Yo no soy la solución ni el referente de nada, nadie nos solu­ciona nada, todo está dentro de nosotros, pero sentir que no estás solo, sentir que siento lo mismo que tú, que te identificas con mis frustraciones, con mis alegrías, si solo pudiera acompañarte un poquito, instantes, si te sintieras así, significaría que he dejado un poquito de mi alma en ti, y eso para mí sería simplemente un regalo maravilloso.

Share This