Acabo de leer el prólogo de Marian y, tal y como ya auguré hace unos meses cuando comenzamos a escribir nuestro libro, me va a costar igualarla… ¡Qué manía le estoy cogiendo a esta loca de los peines que me ha cambiado la vida!
Lo he leído y me han entrado unas ganas enormes de componer esa canción de la que habla ella. ¡Y de bailarla después!
Y es que “Locas por vivir” tiene mucha música. Mucha música, mucha alma y mucha verdad.
Dice Marian que ella no es ejemplo de nada. Si ella no lo es, yo lo soy aún menos. Solo somos dos personas que por un despiste del destino cayeron en un mismo lugar en el momento adecuado confirmando eso de que una buena historia es aquella que llega sin avisar, entra sin llamar y se queda para siempre.
Tengo la certeza de que cuando estamos muy perdidos y creemos que no podremos salir del pozo en el que nos encontramos, siempre ocurre algo que lo cambia todo. Puede ser algo fugaz o aparentemente insignificante, pero con esa fuerza arrolladora capaz de ponerte del derecho y del revés y darte un par de bofetones para que te des cuenta de una vez que al final todo pasa.
Sentir que no tienes la vida que habías planificado o que habías soñado y darte cuenta de que no eres como el resto de personas que te rodean es algo que, en según qué circunstancias, se digiere mejor o peor. En la mayoría de los casos, más que digerirse, se atraganta.
A veces, tomamos decisiones equivocadas, y las consecuencias nos cambian para siempre. Estoy segura de que muchas personas se sienten igual que yo, sea su problema igual al mío o no. Yo no tengo nada de especial, pero te quiero contar lo que me ocurre porque, quizá, encuentres algo en mí que conozcas. Me encantaría que mientras me acompañas en este striptease de alma que te tengo preparado, descubras como yo que… siempre sale el sol. Siempre.
Te presto mi frasecita hasta que tengas la tuya, para cuando te haga falta… En las noches más largas, más oscuras y más duras, ese sol calienta como un demonio. Y reconforta. Y en las mañanas dulces, sus rayos te acarician el alma para recordarte que no estás solo.
En el peor de mis días, solo cerraba los ojos y dejaba que sonara la música a lo lejos, como el anuncio de una tregua necesaria. De unos instantes de paz. Nosotras queremos regalarte ratitos de música de fondo y de sosiego. Queremos acompañarte, escucharte y, si nos dejas, susurrarte al oído. Queremos permanecer escondidas en el rincón del tiempo que dediques al día para ti, para disfrutar del silencio, para dejarte llevar y para encontrar esa fuerza arrolladora que tienes dentro y que, cuando menos te lo esperes, te pondrá del revés y te demostrará que puedes con todo. Y queremos demostrarte que tu vida no vale la pena.
No la vale porque mientras existe estamos vivos. ¡Sí, vivos! Y el mundo entero es nuestro. Mientras queda vida hay algo grandioso: un rato más, un siglo, un instante o una década… Una esperanza.
La vida vale tropezones, equivocaciones, vale sustos y enigmas. Vale dudas. Pero no vale penas.
Vale que temas, y que dueles. Vale que te duela, que te escueza, que te rabie y que te apague, te vuelva torpe, vulnerable, débil… Vale que te balancee, que te tire al vacío, que te pierda, que te esconda, que te haga muy pequeño. Vale que te engañe, que te confíe y que, después, te cobije en un lugar único que solo conozcas tú.
Vale que te tiente. Que te ponga a prueba. Pero no vale que te rinda.
Vale que te enfrente, que te cure, que te encienda, que te cree adicción… ¡Vale que te enganche, que te ate, que te vuelva loco! Y vale que te encuentre y te haga grande.
Vale porque es tuya, y puedes hacer con ella lo que quieras. Todo eso vale porque te hace fuerte y forma parte de la persona en la que te convertirás para los demás. Porque vale para ti, aunque muchas veces no te guste o no lo entiendas, y porque eres capaz de sobrevivirlo y guardarlo en la lista de sabidurías que legarás a los siguientes.
Vale carcajadas. Vale cervezas fresquitas, una detrás de otra con los amigos, y bolsas de pipas. Y ratos de confesiones y de discusiones, de decir tonterías —de las que hacen gracia y de las que ni chispa— y de pedir disculpas y pedir perdón, y pedir permiso, clemencia, audiencia o citas. Vale una vida de peticiones y de daciones. Pero no una de penas.
La vida vale que apuestes. Y vale que te entregues. No vale la pena. La vida vale las risas. Vale el tiempo y vale los momentos.
La pena vale para las coplas, pá poco más. Porque nuestra vida no la vale, y tampoco lo es. Sea como sea, estemos como estemos, sintamos lo que sintamos, no es una pena. Es una oportunidad. Y a las oportunidades, como a las rebajas, hay que dedicarles tiempo, perseverancia y paciencia. ¡Ah! E invertir en ellas.
Lo que nos hace únicos no es nuestra vida, porque hay millones de vidas pululando a nuestro alrededor, así que conseguir ser el ombligo del mundo es algo complicadísimo que nos llevaría un tiempo que no tenemos. Lo que nos hace únicos es la forma en la que decidimos vivirla.
Nosotras hemos decidido compartirla contigo.
Después de más de dos años, Marian y yo no paramos de hablar de qué es lo que queremos transmitir en nuestro proyecto, cómo hacerlo, barajando temas, exprimiéndonos el coco para no dejarnos nada importante que contarte… ¿Y sabes de qué es de lo que tampoco paramos? De reírnos. Con esa risa nerviosa que provoca la emoción y las ganas de cambiar cosas, pequeñitas y poco a poco, pero cambiarlas.
Reírnos porque la vida no vale penas, vale risas, aunque en algún momento las puñeteras cojan las riendas. Y reírnos porque, al final, todo pasa y sale un sol precioso.
Alguien muy especial para nosotras nos dijo en una ocasión que la vida no son logros, sino intentos… Nada daría más sentido a esta bendita locura que intentar contagiarte nuestra risa. Y nuestra música.