Meditar, calmar la mente, estar en el presente, ser consciente del aquí y ahora. Ommmm, Ommmm, Ommmm.

Cuando resuenan estas frases en mi mente, es porque ya me está avisando el piloto rojo, con sonido acústico incluido, ese ruido característico de las alarmas de los buques de guerra a los que les persigue un misil y antes de chocar grita despavorido ¡gnrrr gnrrr, danger, danger, evacuen la zona, peligro inminente!

Lo cierto es que aún así, yo me daré media vuelta y diré: “debería retomar el yoga”.

Esta vida convulsa ha llegado a ser nuestra zona de confort. Sí sí, como suena. Ya nos sentimos más cómodos en el ritmo acelerado y lleno de cosas por hacer, que en los momentos en los que podríamos y deberíamos tenerlos vacíos.

Es más, llegado el verano y las vacaciones, o medias jornadas, llegamos a estar totalmente desubicados y sin saber qué hacer.

No será por no haber preparado una lista interminable de tareas que año tras año son imposibles de completar. Pintar los bancos del jardín, comprar un armario para el trastero, remover todos los cajones y tirar cosas inservibles, y especialmente la lencería (que nunca te has puesto, ni pondrás, en aras de estar guay). Clasificar los libros y CDs,  etc. etc.

Y si faltaba algo para recordarme lo bonito y trascendental del orden, llega el libro de mi odiada y perfectísima Marie Kondo, que me ha hecho ver cuán asquerosamente ordenada se puede ser. Pero,  ¿cómo se puede vivir de ser tan extremadamente ordenada? La magia del orden. Magia sería convertirme en alguien así, eso es magia y no la de Juan Tamariz. En fin, ese es otro tema, que me caliento y no regreso.

Entonces volviendo al tema. Llegado ese estado de ansiedad, te planteas que no vas a exigirte nada, voy a ir haciendo cada día lo que surja, y….¡ay ay qué miedito!

Sentir que has desaprovechado un día es lo peor que te puede suceder, eso es un pecado capital, no hay perdón. Es más,  te encuentras como un tigre enjaulado, sin poder sentar el culo en ningún rincón y tu mente a velocidad de vértigo incapaz de no hacer nada.

Algo tan simple como sentarte en una sillón y leer,  puede ser tarea imposible y carente de emoción y provecho. Hay que aprovechar a tope, que eso lo puedes hacer otro día.

Ya no sabemos vivir sin organizar el tiempo, porque como no lo hagas pobre de ti. Irás como los zombis de Walk in dead,  sin rumbo y con la misma cara de alegría.

Lo curioso es que gastarás los días sin hacer ni una de las cosas de la lista del demonio, y acabarás con una más larga para el año siguiente.

Mira que leo post sobre cómo organizar tus vacaciones, tu vida, etc.

Vivimos en la era de la información, y la verdad que dicho así suena muy pero que muy bien. Pero lamentablemente nuestro cerebro de homo sapiens no es capaz de correr tanto y bailar al son de la tecnología, con lo que recibir tanta información genera en nosotros miles de opciones a elegir cada momento del día. Son tantas las opciones,  que si no focalizas mueres de ansiedad. Como cuando vas al Ikea a comprar unas sábanas y hay mil medidas diferentes menos la que conoces. Y llevas 15 minutos y no sabes elegir. Hasta que te vas pensando que lo estudiarás mejor y volverás otro día. Pues más o menos.

Llegar a filtrar y elegir la opción más conveniente y compaginarlo con nuestras obligaciones diarias, puede desembocar en ansiedad, – y no de tenerte en mis brazos como reza la canción de Nat King Cole- sino de la de resoplar y resoplar y la casita sin derribar.

Así que yo y mis neuronas de homo sapiens hemos aceptado – aunque no siempre de buen grado- que necesitamos unos días de adaptación y permitirnos andar en modo topo, hasta conseguir que nuestra mente se aquiete un poco,  y pasito a pasito, suave suavesito, entrar en modo de letargo vacacional y lograr disfrutar de no hacer, sino de simplemente ser.

En cualquier caso, si algún psicólogo se ofrece a darme un curso acelerado de organización y gestión del tiempo, con los brazos abiertos me tiene.

¡¡Felices vacaciones locas!!

Soy fuerte y valiente, y todo va a ir bien

Share This